El viento soplaba con fuerza esa tarde de octubre de 1992 en Ciudad Juárez, levantando nubes de polvo que se mezclaban con el humo de las maquiladoras que bordeaban la frontera. Maricela González, de 17 años, esperaba nerviosa en la esquina de la avenida Tecnológico, revisando constantemente su reloj de pulsera plateado.
Su mejor amiga, Aurora Mendoza, llegaba siempre tarde, pero ese día tenían algo importante que hacer. Las dos habían conseguido trabajo en la maquiladora textiles del norte y era su primer día. Maricela ajustó su mochila escolar azul, donde llevaba sus documentos y una libreta que usaba como diario personal, un hábito que había mantenido desde los 14 años.
Aurora finalmente apareció corriendo por la calle con su cabello negro recogido en una cola de caballo que se balanceaba mientras corría. “Perdón, Mari, mi mamá no me dejaba ir sin desayunar”, gritó desde la distancia agitando la mano. Las dos jóvenes se conocían desde la primaria en la escuela Benito Juárez del centro de la ciudad.
habían crecido juntas en el barrio de Chaveña, donde las casas de adobe y ladrillo se extendían en calles polvorientas y donde cada familia luchaba día a día para salir adelante. Si estás viendo este video, no olvides suscribirte al canal y déjanos un comentario contándonos desde dónde nos estás viendo. Tu apoyo significa mucho para nosotros.
Ya vámonos, Aurora, o nos van a despedir antes de empezar, dijo Maricela con una sonrisa, aunque por dentro sentía una mezcla de emoción y nerviosismo. Trabajar en la maquiladora representaba la oportunidad de ayudar a su familia económicamente. Su padre, Roberto González, trabajaba como mecánico en un taller del centro, pero con cinco hijos que mantener, el dinero nunca alcanzaba.
Su madre, Dolores, tomaba trabajos de costura en casa cuando podía, pero su salud había empeorado después del nacimiento de su hermano menor. Aurora, por su parte, vivía solo con su madre, Elena Mendoza, quien limpiaba casas en las colonias más acomodadas de la ciudad. Su padre había partido hacia Estados Unidos cuando ella tenía 12 años, prometiendo enviar dinero y regresar pronto.
5 años después solo habían recibido tres cartas y algunas remesas irregulares. “Mi mamá dice que el trabajo en la maquiladora me va a enseñar responsabilidad”, comentó Aurora mientras caminaban hacia la avenida principal para tomar el autobús. Pero yo solo quiero juntar dinero para estudiar enfermería.
El autobús de la ruta 8 llegó 20 minutos tarde, como era habitual. Las jóvenes subieron junto con otras mujeres que también se dirigían a sus trabajos en las diferentes maquiladoras de la zona industrial. El interior del vehículo olía a diésel y sudor y los asientos de plástico verde estaban desgastados por el uso.
Maricela se sentó junto a la ventana y observó como la ciudad cambiaba gradualmente desde los barrios residenciales hasta llegar a la zona industrial, donde enormes edificios de concreto albergaban las fábricas que producían para empresas estadounidenses. “¿Tienes miedo?”, preguntó Aurora en voz baja, notando que Maricela había estado callada durante el trayecto.
“Un poco”, admitió su amiga. “Mi prima Leticia trabajó en una maquiladora el año pasado y me contó que los supervisores pueden ser muy duros, especialmente con las muchachas nuevas”. Aurora asintió. Había escuchado historias similares. Sin embargo, ambas sabían que no tenían muchas opciones.
En Ciudad Juárez de los años 90, las maquiladoras representaban una de las pocas fuentes de empleo estable para jóvenes sin educación universitaria. La fábrica Textiles del Norte era un edificio rectangular de dos pisos, pintado de azul claro, pero ya descolorido por el sol y la contaminación.
Una cerca de alambre rodeaba el perímetro y un guardia de seguridad revisaba las identificaciones en la entrada principal. El patio frontal estaba lleno de trabajadores que llegaban para el turno matutino, la mayoría mujeres jóvenes, entre los 16 y 25 años. El ruido de las máquinas ya se escuchaba desde afuera, un zumbido constante que se mezclaba con las voces de los trabajadores y el tráfico de la avenida.
Maricela y Aurora se presentaron en la oficina de recursos humanos, donde las recibió la señora Patricia Ramos, una mujer de mediana edad con cabello teñido de rubio y una expresión seria. Llegaron a tiempo,” dijo revisando sus documentos. Eso es buena señal. Aquí la puntualidad es fundamental. Van a trabajar en la línea de ensamblaje número tres cosiendo camisas para exportación.
El horario es de 7 de la mañana a 4 de la tarde con 30 minutos para comer. El salario es de 45 pesos diarios, más bonos por productividad. La señora Ramos las condujo hasta el área de producción, donde el ruido de las máquinas de coser era ensordecedor. Decenas de trabajadoras se encontraban sentadas frente a máquinas industriales con montañas de tela a sus costados y canastas llenas de piezas terminadas.
El aire era espeso y caliente, a pesar de los ventiladores que funcionaban en el techo. “Van a trabajar con Beatriz”, dijo la supervisora. señalando a una mujer de unos 30 años con el cabello recogido en un pañuelo colorido. Las siguientes horas pasaron rápidamente mientras Maricela y Aurora aprendían las técnicas básicas del trabajo.
Sus dedos, acostumbrados solo a escribir y a las tareas domésticas, pronto comenzaron a dolerles por el movimiento repetitivo de la costura. Durante el descanso para comer, se sentaron en el pequeño comedor de la fábrica, donde otras trabajadoras compartían sus historias y consejos.
“Al principio, duele todo”, les dijo una mujer llamada Rosa. “Pero después de unas semanas tus manos se acostumbran”. Lo importante es no llamar la atención de los supervisores”, añadió otra trabajadora bajando la voz. Aquí hay algunos que se aprovechan de las muchachas nuevas. Si alguno les dice algo inapropiado, mejor busquen a Rosa María.
Ella es la representante sindical, aunque no lo dice abiertamente. Maricela y Aurora intercambiaron miradas de preocupación. Habían escuchado rumores sobre el acoso en las maquiladoras, pero esperaban que fueran exageraciones. El primer día terminó sin mayores incidentes. Las jóvenes salieron de la fábrica agotadas, pero satisfechas de haber completado su primera jornada laboral.
En el autobús de regreso a casa, Aurora sacó una pequeña libreta de su mochila. “También voy a empezar un diario”, dijo. Como tú. Quiero recordar todo esto cuando sea enfermera. Maricela sonríó. Es buena idea. A veces escribir ayuda a aclarar los pensamientos. Esa noche, en su pequeña habitación que compartía con dos hermanas menores, Maricela escribió en su diario, “Per día en la maquiladora.
Aurora y yo estamos emocionadas, pero también asustadas. El trabajo es duro, pero las otras muchachas son amables. Espero que todo salga bien. Mamá está orgullosa de que ya esté trabajando. Al otro lado de la ciudad, Aurora escribía en su nueva libreta. Hoy empezó una nueva etapa de mi vida. Estoy cansada, pero feliz.
Con este trabajo podré ayudar a mamá y ahorrar para mis estudios. Mari es la mejor amiga que alguien puede tener. Las siguientes semanas establecieron una rutina. Maricela y Aurora se levantaban antes del amanecer. Se encontraban en la parada del autobús, trabajaban todo el día en la maquiladora y regresaban a casa por la tarde. Los fines de semana los pasaban descansando, ayudando en sus casas y ocasionalmente yendo al centro de la ciudad para caminar por las plazas. y ver escaparates.
Ambas continuaron escribiendo en sus diarios, documentando no solo los eventos diarios, sino también sus sueños, temores y observaciones sobre la vida en Ciudad Juárez. El supervisor de su línea, un hombre de unos 40 años llamado Miguel Herrera, había comenzado a prestarles atención especial.
Al principio parecía solo interés profesional, corrigiendo su técnica y explicándoles procedimientos. Pero gradualmente sus comentarios se volvieron más personales. Maricela, ese color te queda muy bien, le decía. Oh, Aurora, tienes manos muy delicadas para este trabajo. Las jóvenes se sentían incómodas, pero no sabían cómo responder sin arriesgar sus empleos.
Una tarde de noviembre, mientras el clima comenzaba a refrescar y las montañas alrededor de Ciudad Juárez se veían más claras en el horizonte, Miguel se acercó a Maricela durante el descanso. “Te he estado observando”, le dijo en voz baja. “Tienes potencial para algo más que la línea de producción. Hay posiciones administrativas que podrían interesarte.
Podríamos hablar después del trabajo, tal vez tomar un café. Maricela se sintió confundida. Por un lado, la idea de un mejor puesto la emocionaba, pero algo en la manera de hablar de Miguel la incomodaba. Esa noche, Maricela escribió en su diario sobre el incidente, preguntándose si estaba interpretando mal las intenciones de Miguel o si realmente había algo inapropiado en su comportamiento.
Aurora, quien había notado la conversación desde su puesto de trabajo, también registró sus preocupaciones en su libreta. Miguel le dijo algo a Mari que la puso nerviosa. Escribió, “No me gusta cómo nos mira a veces. Tengo miedo de que esté pasando algo malo. La situación se intensificó la semana siguiente cuando Miguel comenzó a pedirles que se quedaran después del horario regular para trabajo extra.
les pagaba unas horas adicionales, lo cual era tentador, considerando sus necesidades económicas, pero siempre encontraba excusas para quedarse a solas con una de ellas, mientras la otra había terminado su tarea. Durante una de estas sesiones intentó tocar el hombro de Aurora de manera inapropiada, pero ella se apartó rápidamente.
Tenemos que hacer algo,” le dijo Aurora a Maricela mientras caminaban hacia la parada del autobús esa tarde. Esto no está bien. Mi mamá siempre me dijo que si alguien me hacía sentir incómoda en el trabajo, debía hablar con alguien de confianza. Maricela estuvo de acuerdo, pero ambas temían las repercusiones. Miguel era supervisor y tenía influencia en la fábrica.
Si lo acusaban y no les creían, podrían perder sus empleos. Decidieron buscar a Rosa María, la representante sindical de la que les habían hablado el primer día. La encontraron durante el almuerzo en el comedor una mujer de unos 35 años con una presencia fuerte y ojos inteligentes. Cuando las jóvenes le contaron sobre el comportamiento de Miguel, Rosa María las escuchó atentamente, sin interrumpir.
No son las primeras que me cuentan algo así sobre Miguel, dijo finalmente. El problema es que nunca tenemos pruebas suficientes y él es muy cuidadoso. ¿Han documentado los incidentes de alguna manera? Maricela y Aurora se miraron. Sus diarios contenían registros detallados de todo lo que había pasado, pero no estaban seguras de si querían compartir algo tan personal. “Piénsenlo,” les dijo Rosa María.
“Si deciden hacer una queja formal, necesitarán toda la evidencia posible. Mientras tanto, traten de nunca estar solas con él y siempre trabajen juntas cuando tengan que hacer horas extra. Esa noche, ambas jóvenes escribieron extensamente en sus diarios sobre la conversación con Rosa María y sus sentimientos encontrados sobre la situación. Maricela escribió, “No sé qué hacer.
Necesito este trabajo, pero no puedo seguir sintiendo miedo cada día.” Aurora dice que tenemos que ser valientes, pero ¿qué pasa si nos despiden? Aurora registró, “Rosa María parece que nos puede ayudar, pero necesitamos evidencia. Todo está en nuestros diarios. ¿Será suficiente?” Los días siguientes fueron tensos.
Miguel, quizás sintiendo que las jóvenes estaban evitándolo, intensificó su atención hacia ellas. comenzó a criticar su trabajo más duramente y a darles tareas más difíciles. También empezó a hacer comentarios sobre su apariencia y su comportamiento delante de otras trabajadoras, lo que las hacía sentir humilladas.
Maricela se está volviendo muy presumida últimamente, decía en voz alta. Tal vez piense que es muy buena para este trabajo. Una tarde de principios de diciembre, cuando las temperaturas nocturnas ya requerían suéteres y las decoraciones navideñas comenzaban a aparecer en el centro de Ciudad Juárez, Miguel cruzó una línea definitiva.
pidió a Aurora que se quedara después del trabajo para revisar unas órdenes de producción, pero cuando llegaron a la oficina vacía, intentó besarla. Aurora logró empujarlo y salir corriendo, pero el incidente la dejó temblando y llorando. Maricela la encontró esperando en la parada del autobús, visiblemente alterada. “Me intentó besar”, le dijo Aurora entre soyosos.
Le dije que no, pero me agarró del brazo muy fuerte. Tengo miedo de volver mañana. Maricela abrazó a su amiga sintiendo una mezcla de rabia e impotencia. Ya basta, dijo con determinación. Mañana vamos a hablar con Rosa María y le vamos a mostrar nuestros diarios. No podemos seguir así. Esa noche Aurora escribió en su diario con manos temblorosas.
Miguel me atacó hoy. No pude defenderme bien. Me siento sucia y asustada. Mari dice que mañana vamos a hacer algo, pero tengo miedo de las consecuencias. Maricela, por su parte, escribió, “Lo que le hizo Miguel a Aurora es imperdonable. Mañana vamos a pelear por nuestros derechos. No importa lo que pase, no podemos quedarnos calladas.
” Al día siguiente, las jóvenes llegaron temprano a la fábrica y buscaron a Rosa María antes del inicio del turno. Le contaron sobre el incidente de Aurora y le mostraron extractos de sus diarios donde habían documentado el comportamiento progresivamente inapropiado de Miguel. Rosa María leyó las anotaciones cuidadosamente, tomando notas en su propia libreta.
Esto es evidencia sólida, dijo. Van a hacer una queja formal ante recursos humanos y yo las voy a acompañar. También voy a contactar a otras trabajadoras que han tenido problemas similares. La reunión en recursos humanos se programó para esa misma tarde. La señora Patricia Ramos, quien había recibido a las jóvenes en su primer día, escuchó la queja con una expresión neutra.
Rosa María presentó la evidencia y explicó el patrón de comportamiento que había observado en Miguel durante varios meses. Es una acusación muy seria, dijo la señora Ramos. Vamos a investigar, pero mientras tanto, Miguel va a ser suspendido temporalmente. Sin embargo, cuando llegaron al área de producción esa tarde, descubrieron que Miguel ya no estaba ahí.
Según otros trabajadores, había salido temprano diciendo que tenía una emergencia familiar. “Probablemente alguien le advirtió sobre la queja”, le murmuró Rosa María a las jóvenes. “Esto es más común de lo que te imaginas.” Los siguientes días fueron confusos. Miguel no regresó a trabajar y nadie en la administración daba explicaciones claras sobre su ausencia.
Maricela y Aurora continuaron con sus labores normales, pero sentían una tensión constante. Algunas trabajadoras las apoyaban abiertamente, mientras que otras las veían con suspicacia, preocupadas de que causar problemas pudiera afectar la estabilidad de todos los empleos. Una semana después de la queja, Rosa María les informó que Miguel había renunciado por motivos personales y que no iba a regresar.
No es la justicia completa que merecían, les dijo, pero al menos está fuera de aquí y no puede lastimar a más muchachas. Para Maricela y Aurora era un alivio, aunque también se sentían frustradas de que Miguel no hubiera enfrentado consecuencias más serias. El ambiente en la maquiladora comenzó a normalizarse. Una nueva supervisora, una mujer llamada Soledad Vázquez, tomó el lugar de Miguel.
era estricta, pero justa, y las trabajadoras rápidamente se adaptaron a su estilo de liderazgo. Marisela y Aurora encontraron que podían concentrarse en su trabajo sin el miedo constante que habían sentido durante las semanas anteriores. Sin embargo, el 15 de diciembre de 1992 algo cambió. Era un martes típico, frío pero soleado, cuando las jóvenes salieron de trabajar a las 4 de la tarde, como siempre.
En la parada del autobús, Aurora le comentó a Maricela que había recibido una llamada extraña en el trabajo. Alguien preguntó por mí específicamente, dijo. Cuando la recepcionista le pidió su nombre, colgó. Es raro, ¿no? Maricela también había notado algo extraño. Durante el almuerzo.
Había visto a un hombre desconocido cerca de la cerca de la fábrica, observando a las trabajadoras que salían al patio. Cuando ella lo miró directamente, él se alejó rápidamente. “Tal vez es paranoia después de todo lo de Miguel”, se dijo a sí misma, pero decidió mencionárselo a Aurora de todas maneras. El autobús llegó con su retraso habitual y las jóvenes subieron junto con otras trabajadoras.
Sin embargo, esta vez algo era diferente. Maricela notó que un hombre que había estado esperando en la parada no subió al autobús, sino que comenzó a caminar en la misma dirección. Era el mismo hombre que había visto durante el almuerzo. Aurora le susurró a su amiga. Creo que nos están siguiendo.
Aurora miró discretamente hacia atrás y vio al hombre caminando por la banqueta, manteniéndose a la misma distancia del autobús. Era de mediana edad, vestía una camisa azul y jeans y llevaba un sombrero que parcialmente ocultaba su rostro. ¿Qué crees que quiera?, preguntó Aurora sintiendo un escalofrío. No lo sé, respondió Maricela. Pero cuando bajemos del autobús vamos directo a casa sin detenernos en ningún lugar.
Las jóvenes se bajaron en su parada habitual en la avenida tecnológico, cerca del mercado municipal. Como habían planeado, comenzaron a caminar rápidamente hacia sus casas sin voltear atrás. Sin embargo, después de unas cuadras, Aurora se arriesgó a mirar por encima del hombro. El hombre estaba ahí siguiéndolas a la misma distancia.
Mari, le dijo con voz temblorosa, todavía está ahí. Decidieron cambiar de ruta y dirigirse hacia la casa de Maricela primero, ya que estaba más cerca y sus hermanos mayores estarían en casa. Pero cuando giraron hacia la calle donde vivía Maricela, el hombre aceleró el paso. Las jóvenes comenzaron a correr, sus corazones latiendo fuertemente.
Llegaron a la casa de Maricela sin aliento y golpearon la puerta desesperadamente. “Mamá, abre rápido”, gritó Maricela. Dolores González abrió la puerta e inmediatamente notó la agitación de las muchachas. ¿Qué pasó? preguntó mirando hacia la calle. El hombre se había detenido en la esquina observándolas.
Cuando se dio cuenta de que había sido visto, se alejó caminando normalmente. Un hombre nos estaba siguiendo explicó Maricela aún respirando con dificultad. Apareció en la maquiladora y nos siguió hasta acá. Dolores invitó a Aurora a quedarse para cenar mientras decidían qué hacer. Llamaron a Elena Mendoza para explicarle la situación.
y acordaron que Aurora pasaría la noche en casa de los González por precaución. Esa noche ambas jóvenes escribieron en sus diarios sobre el incidente, documentando todos los detalles que recordaban sobre el hombre y su comportamiento. “Tuvimos mucho miedo hoy”, escribió Maricela. “Un hombre extraño nos siguió desde la maquiladora hasta la casa. No sabemos qué quería, pero algo no se siente bien.
Mamá dice que mañana vamos a reportarlo a la policía. Aurora registró, “El hombre del sombrero nos siguió. Mari y yo corrimos a su casa. Su mamá nos ayudó. ¿Será algo relacionado con Miguel? Tengo miedo de salir mañana.” Al día siguiente, Dolores González acompañó a las jóvenes a la comandancia de policía local para reportar el incidente.
El oficial que las atendió, un hombre de mediana edad con bigote gris, tomó nota de sus declaraciones, pero no pareció particularmente preocupado. “Probablemente solo era alguien del barrio”, dijo. Pero manténganse alerta y si vuelve a pasar, llamen inmediatamente. Las jóvenes regresaron a trabajar esa mañana con nerviosismo, pero la jornada transcurrió normalmente.
No vieron al hombre misterioso y gradualmente comenzaron a relajarse. Sin embargo, durante el descanso para comer, Rosa María se acercó a ellas con información perturbadora. Preguntaron por ustedes, les dijo en voz baja. Un hombre vino a la recepción esta mañana preguntando por Maricela González y Aurora Mendoza.
Dijo que era un investigador privado, pero no quiso dejar su tarjeta ni explicar para qué las necesitaba. Esta revelación cambió todo. Si era un investigador privado, ¿quién lo había contratado y por qué? tenía algo que ver con Miguel y la queja que habían presentado o era algo completamente diferente? Las preguntas se multiplicaron en sus mentes, pero no tenían respuestas.
Esa tarde, en lugar de tomar su ruta habitual a casa, decidieron salir por la entrada trasera de la fábrica y tomar un camino diferente. Rosa María había sugerido esta precaución y también les había dado el número de teléfono de un abogado laboralista que conocía. Si esto está relacionado con Miguel, tal vez estén tratando de intimidarlas para que retiren la queja”, explicó.
El camino alternativo las llevaba por calles menos transitadas del sector industrial de Ciudad Juárez. Era una zona de bodegas y pequeñas fábricas donde el tráfico vehicular era menor, pero también había gente en las calles. Mientras caminaban hacia la parada del autobús de otra ruta, Aurora notó que un automóvil oscuro había estado siguiéndolas lentamente desde que salieron de la maquiladora.
“Mari, mira el carro negro”, murmuró Aurora señalando discretamente hacia atrás. Maricela miró y efectivamente vio un sedán oscuro que se movía a la misma velocidad que ellas. Cuando aceleraron el paso, el carro aceleró también. Cuando se detuvieron fingiendo mirar algo en el escaparate de una tienda, el carro se detuvo también.
Las jóvenes se sintieron atrapadas. Estaban en una calle relativamente vacía. El autobús no llegaba por 30 minutos y el carro la seguía. Obviamente decidieron entrar a una pequeña tienda de abarrotes que estaba abierta y pedir ayuda. El dueño, un hombre mayor llamado don Fernando, las escuchó con preocupación y les permitió usar su teléfono para llamar a casa.
Dolores González llegó 20 minutos después con su hijo mayor, Carlos, un joven de 20 años que trabajaba en construcción. Cuando salieron de la tienda, el carro negro ya no estaba, pero todos permanecieron alerta durante el viaje a casa. Esto ya no es coincidencia, dijo Carlos. Alguien está definitivamente siguiéndolas.
Esa noche la familia González celebró una reunión seria. Roberto González, el padre de Maricela, había regresado temprano del trabajo después de recibir la llamada de su esposa. La situación había escalado más allá de un simple problema laboral. “Tal vez ustedes deberían renunciar al trabajo por un tiempo”, sugirió Roberto. “Su seguridad es más importante que el dinero.
” Sin embargo, las jóvenes se mostraron reacias a abandonar sus empleos. No solo necesitaban los ingresos, sino que también sentían que rendirse sería dejar que Miguel y quien estuviera detrás de esta intimidación ganaran. Tenemos que ser inteligentes sobre esto dijo Maricela.
Tal vez podemos trabajar horarios diferentes o pedir que nos cambien a otro turno. La madre de Aurora, Elena Mendoza, llegó más tarde esa noche para discutir la situación. Las dos madres estaban visiblemente preocupadas, pero también orgullosas de que sus hijas hubieran sido lo suficientemente valientes para defenderse contra el acoso.
Decidieron que las jóvenes deberían continuar trabajando, pero con precauciones, siempre salir juntas, variar sus rutas a casa y mantener contacto con Rosa María y otros compañeros de trabajo de confianza. Durante los siguientes días, Maricela y Aurora implementaron estas medidas de seguridad mientras continuaban documentando todo en sus diarios.
El hombre misterioso y el carro negro no reaparecieron, llevándolas a esperar que tal vez sus precauciones hubieran funcionado. Sin embargo, el 20 de diciembre, 5 días antes de Navidad, ocurrió algo que cambiaría todo. Era una mañana particularmente fría, incluso para diciembre en Ciudad Juárez.
Las montañas que rodeaban la ciudad estaban cubiertas de nieve y el viento llevaba una nitidez que hacía que la gente caminara más rápido y se ajustara las chaquetas. Maricela y Aurora llegaron al trabajo juntas como siempre, pero durante el turno matutino cada una recibió una llamada telefónica. Las llamadas llegaron con 10 minutos de diferencia.
Primero, Aurora fue llamada a la oficina para tomar una llamada de un familiar. Cuando tomó el teléfono, la voz de un hombre le dijo, “Necesitas dejar de causar problemas o tu madre pagará las consecuencias.” Antes de que pudiera responder, la línea se cortó. 10 minutos después, Maricela recibió una llamada similar con el mismo mensaje amenazante sobre su familia.
Las jóvenes estaban aterrorizadas, pero también enojadas. Las amenazas contra sus familias cruzaron una línea que no podían ignorar. Inmediatamente contactaron a Rosa María, quien las ayudó a reportar las amenazas tanto a la administración de la fábrica como a la policía. Sin embargo, rastrear llamadas telefónicas no era fácil en 1992 y la policía nuevamente pareció escéptica sobre la seriedad de la situación.
Esa tarde, a pesar de su miedo, Maricela y Aurora decidieron tomar control de su situación. hicieron copias de sus diarios documentando todo desde el acoso de Miguel hasta las amenazas recientes y dieron copias a Rosa María para que las guardara en un lugar seguro.
También escribieron cartas detalladas explicando la situación a sus familias en caso de que algo les pasara. Si algo nos pasa”, escribió Maricela en su diario esa noche, “quiero que todos sepan que no tuvimos miedo de luchar por lo que era correcto. Aurora y yo hemos pasado por mucho juntas y no dejaremos que nadie nos intimide al silencio.” Aurora escribió algo similar.
Mari y yo tenemos miedo, pero también estamos determinadas. Hemos documentado todo en nuestros diarios. Si alguien quiere lastimarnos, al menos habrá evidencia de lo que realmente pasó. El 21 de diciembre de 1992 comenzó como cualquier otro día.
Las jóvenes se encontraron en su lugar habitual, tomaron el autobús a la maquiladora y trabajaron su turno normalmente. Rosa María la revisó varias veces durante el día y todo parecía rutinario. Sin embargo, cuando el trabajo terminó a las 4 de la tarde, su rutina habitual sería interrumpida de una manera que nadie podría haber predicho. En lugar de salir por la entrada principal, como siempre, las jóvenes decidieron salir por una puerta lateral que Rosa María les había mostrado.
El plan era encontrarse con Carlos González, quien había acordado recogerlas en su camión de trabajo para evitar tener que tomar el autobús. Sin embargo, cuando llegaron al punto de encuentro designado, Carlos no estaba ahí aún. Las jóvenes esperaron por aproximadamente 15 minutos, poniéndose cada vez más nerviosas, mientras el área alrededor de ellas parecía vaciarse de otros trabajadores.
La zona industrial se volvía más silenciosa conforme avanzaba la tarde y las sombras se alargaban entre los edificios. Finalmente decidieron que algo debía haber a Carlos y que deberían llamar a casa desde un teléfono público cercano. El teléfono público estaba ubicado en la esquina de dos calles, aproximadamente tres cuadras desde la maquiladora.
Mientras caminaban hacia él, Aurora notó que el mismo sedán negro de días anteriores había reaparecido y la seguía lentamente otra vez. Mari, el carro está de vuelta”, le susurró urgentemente. “Necesitamos llegar a algún lugar público rápidamente.” Aceleraron el paso hacia el teléfono público, pero antes de que pudieran alcanzarlo, el carro se detuvo junto a ellas. Dos hombres se bajaron.
Uno era el hombre del sombrero que habían visto antes y el otro era alguien que no reconocían. “Maricela y Aurora!”, les gritó el hombre del sombrero. Necesitamos hablar con ustedes. Las jóvenes inmediatamente empezaron a correr hacia el edificio más cercano que parecía estar abierto, pero los hombres eran más rápidos y les cortaron la ruta de escape.
“Solo queremos hablar”, insistió el segundo hombre. Es sobre su queja en la maquiladora. Tal vez podamos ayudarlas, pero necesitamos discutir esto en algún lugar privado. A pesar de su miedo, Maricela y Aurora sabían que subirse al carro o ir a cualquier lugar con estos hombres sería extremadamente peligroso. No queremos su ayuda! Gritó Maricela.
Déjennos en paz o llamaremos a la policía. sacó un silvato que su padre le había dado para emergencias y lo sopló fuertemente, esperando atraer atención. El sonido del silvato resonó entre los edificios, pero la zona industrial estaba en gran parte vacía a esta hora. Los hombres se miraron y parecieron tomar una decisión.
Esto puede ser fácil o difícil, dijo el hombre del sombrero. Pero van a venir con nosotros de cualquier manera. Necesitamos discutir su futuro en Ciudad Juárez. En ese momento, Aurora agarró la mano de Maricela e hicieron un último intento de correr hacia una calle transitada que podían ver en la distancia.
Casi habían llegado a la esquina cuando escucharon el sonido de un motor de carro arrancando detrás de ellas. El sedán las seguía otra vez. Y más preocupante, ahora había otro vehículo, una camioneta oscura. bloqueando su camino hacia delante. Lo que pasó después permanecería como un misterio por exactamente 30 años. Según los reportes policiales posteriores, varios trabajadores de una bodega cercana reportaron haber escuchado un silvato y algunos gritos alrededor de las 4:30 de la tarde, pero nadie vio exactamente lo que les pasó a Maricela y Aurora. Para cuando Carlos González llegó al
punto de encuentro original a las 5 de la tarde, no había señal de las jóvenes. Cuando Maricela y Aurora no llegaron a casa para las 6 de la tarde, ambas familias inmediatamente se preocuparon. Esto era completamente inusual para ellas. Incluso cuando trabajaban horas extra, siempre llamaban a casa para explicar su retraso.
Elena Mendoza y Dolores González se encontraron en la parada del autobús donde sus hijas usualmente regresaban, pero ninguno de los otros pasajeros las había visto. Para las 8 de la noche, ambas familias habían contactado a la policía para reportar que Maricela y Aurora estaban desaparecidas. La policía inicialmente sugirió que las jóvenes tal vez habían decidido ir a algún lugar juntas sin decirles a sus familias.
Pero cuando las familias explicaron sobre las amenazas recientes y el acoso, los oficiales acordaron comenzar una investigación inmediatamente. La búsqueda comenzó esa misma noche. Carlos González y varios vecinos peinaron las calles alrededor de la maquiladora. y la ruta que las jóvenes usualmente tomaban a casa. La policía entrevistó a trabajadores que habían estado en el área esa tarde, pero la mayoría se había ido inmediatamente después del trabajo y no habían notado nada inusual.
Los trabajadores de la bodega, que habían escuchado el silvato y los gritos, no pudieron proporcionar descripciones detalladas de lo que habían visto. Durante los siguientes días, la búsqueda se intensificó. Volantes con fotografías de Maricela y Aurora fueron pegados por toda Ciudad Juárez y las estaciones de radio locales transmitieron descripciones de las jóvenes desaparecidas.
La historia también apareció en el periódico local, El diario de Juárez, lo que ayudó a extender la conciencia por toda la comunidad. Rosa María de la Maquiladora proporcionó a la policía copias de los diarios que las jóvenes le habían dado, documentando el acoso de Miguel y las amenazas recientes.
Esta evidencia ayudó a establecer que su desaparición probablemente no era voluntaria, pero también complicó la investigación porque sugería múltiples motivos y sospechosos posibles. La investigación sobre el paradero de Miguel reveló que había dejado Ciudad Juárez poco después de renunciar a la maquiladora.
Según su casero, había empacado sus pertenencias y dijo que se mudaba a otra ciudad por trabajo. La policía intentó localizarlo, pero en 1992, sin tecnología de comunicación moderna, seguir a personas a través de líneas estatales era extremadamente difícil. Mientras la Navidad de 1992 se acercaba, ambas familias mantenían la esperanza de que Maricela y Aurora regresaran.
Decoraron sus casas como siempre. Compraron regalos que esperaban dar a sus hijas y mantuvieron contacto constante con la policía sobre cualquier desarrollo en la investigación. Sin embargo, conforme los días se convirtieron en semanas sin pistas concretas, la realidad de la situación comenzó a asentarse.
El primer mes después de la desaparición estuvo marcado por actividad intensa tanto de la policía como de las familias. Cada pista posible fue seguida. Cada testigo fue entrevistado múltiples veces y cada teoría fue explorada. Sin embargo, cuando 1993 comenzó, la investigación empezó a disminuir.
Nuevos casos demandaban atención y sin evidencia fresca había poco más que la policía podía hacer. La maquiladora textiles del norte cooperó completamente con la investigación proporcionando registros de empleados y permitiendo que la policía entrevistara a todos los trabajadores. Sin embargo, muchos empleados se mostraron reacios a hablar abiertamente sobre las condiciones de trabajo o el acoso, temiendo por sus propios empleos.
Esta cultura de silencio, desafortunadamente común en muchas maquiladoras de la época, obstaculizó significativamente la investigación. A lo largo de 1993 y hasta 1994, las familias González y Mendoza nunca dejaron de buscar respuestas. contrataron a un investigador privado con dinero que pidieron prestado a familiares, pero incluso él no pudo descubrir pistas que la policía había pasado por alto.
También trabajaron con activistas locales que estaban comenzando a documentar el creciente número de desapariciones de mujeres jóvenes en Ciudad Juárez, aunque este patrón trágico no recibiría atención internacional por varios años más. Rosa María de la Maquiladora mantuvo copias de los diarios guardadas de forma segura, revisándolas ocasionalmente para cualquier detalle que pudiera haber sido pasado por alto.
También continuó abogando por mejores condiciones de seguridad en el lugar de trabajo, usando el caso de Maricela y Aurora como un ejemplo de por qué la protección de los trabajadores era esencial. Sus esfuerzos eventualmente llevaron a algunos cambios de política en la fábrica, aunque el progreso fue lento. Conforme los años pasaron, la investigación oficial fue gradualmente cerrada, aunque nunca fue formalmente declarada resuelta.
Las familias continuaron su búsqueda privada siguiendo pistas ocasionales y rumores, pero nada concreto jamás se materializó. Para el año 2000, tanto Roberto y Dolores González como Elena Mendoza habían envejecido significativamente bajo el peso de no saber lo que había pasado a sus hijas. Los barrios donde Maricela y Aurora habían crecido cambiaron dramáticamente durante los años 90 y principios de los 2000.
Ciudad Juárez experimentó un crecimiento rápido debido a la expansión de las maquiladoras, pero también se volvió infame por el alto número de feminicidios y desapariciones de mujeres jóvenes. Muchas familias similares a los González y Mendoza enfrentaron la misma angustia de no conocer el destino de sus seres queridos.
En 2005, 13 años después de la desaparición, Carlos González, quien nunca se perdonó por llegar tarde a recoger a su hermana y Aurora esa tarde de diciembre, se convirtió en trabajador social especializado en casos de personas desaparecidas. usó su experiencia personal para ayudar a otras familias a navegar la burocracia y los desafíos emocionales de buscar familiares desaparecidos.
Su trabajo se convirtió en una forma de honrar la memoria de su hermana y su mejor amiga. Elena Mendoza, la madre de Aurora, nunca se volvió a casar ni se mudó de la casa donde había criado a su hija. Mantuvo el cuarto de Aurora exactamente como estaba en diciembre de 1992, esperando contra toda esperanza que algún día su hija regresara.
Hasta su muerte en 2018 encendía una vela cada 21 de diciembre y la dejaba ardiendo en la ventana toda la noche. Dolores González encontró consuelo en su fe y se volvió activa en grupos de la iglesia que apoyaban a familias de personas desaparecidas. Organizó servicios conmemorativos regulares y grupos de oración, creando una comunidad de personas que entendían el dolor único de no saber.
Su esposo, Roberto continuó trabajando como mecánico hasta su jubilación, pero los amigos notaron que nunca se recuperó emocionalmente de perder a Maricela. Para 2020, casi 30 años después de la desaparición, la mayoría de las personas directamente involucradas en el caso original habían fallecido o continuado con sus vidas.
La maquiladora Textiles del Norte había cerrado en 2008 debido a cambios en los acuerdos comerciales internacionales y el edificio fue convertido en una bodega para una compañía diferente. Muchas de las calles en el área habían sido renombradas o renumeradas, haciendo difícil incluso localizar exactamente donde habían ocurrido los eventos.
Sin embargo, a principios de 2022, durante trabajo de renovación en un viejo edificio industrial, cerca de donde Maricela y Aurora fueron vistas por última vez, trabajadores de construcción hicieron un descubrimiento que finalmente proporcionaría respuestas a preguntas que habían atormentado a dos familias por 30 años.
Mientras demolían una pared para expandir el edificio, los trabajadores encontraron un espacio oculto entre dos paredes que contenía pertenencias personales aparentemente escondidas ahí muchos años antes. Entre los objetos descubiertos había dos pequeñas libretas diarios pertenecientes a Maricela González y Aurora Mendoza.
Las libretas estaban envueltas en bolsas de plástico y habían sido protegidas de la humedad y el deterioro. Junto con los diarios, los trabajadores encontraron otros objetos personales, incluyendo un reloj de pulsera plateado, una mochila escolar azul y algo de ropa que las familias posteriormente identificaron como perteneciente a las jóvenes.
El descubrimiento fue inmediatamente reportado a la policía y aunque la mayoría de los investigadores originales se habían jubilado o fallecido, nuevos detectives reabrieron el caso. El contenido de los diarios confirmó lo que las familias y Rosa María habían sabido, que Maricela y Aurora habían estado sistemáticamente documentando el acoso en el lugar de trabajo y las amenazas contra ellas.
Sin embargo, los diarios también contenían entradas posteriores al 21 de diciembre de 1992. Las entradas finales en ambos diarios estaban fechadas el 23 de diciembre de 1992, dos días después de su desaparición. Estas entradas revelaron que las jóvenes habían sido mantenidas cautivas en algún lugar, pero fueron capaces de continuar escribiendo en secreto.
La entrada final de Maricela decía, “Aurora y yo estamos siendo retenidas en un lugar que no reconocemos. Los hombres que nos trajeron dicen que trabajan para alguien que quiere asegurarse de que no causemos más problemas. No sabemos si saldremos de aquí, pero queremos que todos sepan que nunca dejamos de luchar.
La última entrada de Aurora era igualmente desgarradora. Nos dijeron que nuestras familias piensan que nos fugamos, pero eso no es cierto. Mari y yo amamos a nuestras familias y nunca nos habríamos ido voluntariamente. Escondimos estos diarios esperando que algún día alguien los encuentre y cuente nuestra historia. Tenemos miedo, pero nos tenemos la una a la otra.
Si algo nos pasa, por favor recuerden que fuimos valientes. El descubrimiento de los diarios proporcionó cierre para los miembros de la familia sobrevivientes, incluyendo Carlos González, quien tenía 50 años cuando fueron encontrados, y algunos primos de Aurora que aún vivían en Ciudad Juárez. Mientras finalmente supieron que Maricela y Aurora no habían abandonado a sus familias y que habían permanecido valientes hasta el final, muchas preguntas aún permanecían sin respuesta. El análisis de ADN de algunos objetos
encontrados con los diarios confirmó que habían pertenecido realmente a las jóvenes, pero no se encontraron restos humanos en el espacio oculto. La investigación se renovó, pero después de 30 años, la mayoría de los testigos potenciales habían muerto o se habían mudado y la evidencia física había desaparecido desde hacía mucho tiempo.
El edificio donde fueron encontrados los diarios había cambiado de propietario múltiples veces y rastrear su historia hasta 1992 resultó desafiante. Sin embargo, ocurrió un desarrollo sorprendente cuando la historia del descubrimiento fue reportada en los medios locales. Varios residentes ancianos del área se presentaron con información que nunca habían compartido antes.
Una mujer ahora de 70 años admitió que en diciembre de 1992 había visto a dos jóvenes siendo forzadas a entrar a un edificio por varios hombres, pero había tenido demasiado miedo en ese momento para reportarlo porque algunos de los hombres parecían policías u oficiales de seguridad.
Otro testigo, un hombre que había trabajado como guardia de seguridad en el área durante los años 90 reveló que había sido instruido por su supervisor de olvidarse de cualquier actividad inusual que pudiera observar en ciertos edificios. dijo que había una red de personas involucradas en tráfico y explotación de mujeres jóvenes, pero que reportar estas actividades podía ser peligroso para los testigos y sus familias.
Estas revelaciones, mientras proporcionaban algún contexto para lo que podría haber pasado a Maricela y Aurora, también destacaron la complejidad de la corrupción y las redes criminales que habían operado en Ciudad Juárez. Durante ese periodo, la investigación continuó, pero enfrentó los mismos desafíos que muchos casos de esa época.
Los testigos estaban muertos, desaparecidos o aún tenían miedo de hablar abiertamente sobre lo que habían sabido. En diciembre de 2022, exactamente 30 años después de la desaparición de Maricela y Aurora, sus familias organizaron un servicio conmemorativo en la iglesia. donde ambas jóvenes habían sido bautizadas. Carlos González, ahora abuelo, él mismo, leyó extractos del diario de su hermana durante la ceremonia.
Maricela y Aurora nunca dejaron de creer en la justicia, dijo. Encontrar sus palabras después de tantos años nos da paz, sabiendo que permanecieron fuertes hasta el final. El caso oficialmente permanece abierto, aunque los investigadores reconocen que encontrar evidencia adicional después de tres décadas es improbable.
Los diarios han sido preservados y ocasionalmente son consultados cuando surge nueva información sobre otros casos de personas desaparecidas del mismo periodo en Ciudad Juárez. sirven tanto como evidencia de una tragedia específica como documentación de las condiciones peligrosas que muchas mujeres jóvenes enfrentaron en las maquiladoras durante los años 90.
Rosa María, quien ahora está jubilada, pero aún vive en Ciudad Juárez, visitó el servicio conmemorativo para Maricela y Aurora. trajo consigo las copias originales de los diarios que las jóvenes le habían dado 30 años antes. “Ellas confiaron en mí con su historia”, dijo, “y mantuve esa confianza incluso cuando pensé que nadie jamás volvería a leer sus palabras.
Eran muchachas valientes que merecían algo mejor.” La historia de Maricela González y Aurora Mendoza se ha convertido en parte de la memoria colectiva de Ciudad Juárez, representando tanto las tragedias individuales como los problemas sistémicos que afectaron a tantas familias durante un periodo particularmente oscuro en la historia de la ciudad.
Sus diarios, ahora alojados en los archivos históricos de la ciudad, continúan sirviendo como testimonio de su coraje y de la importancia de nunca olvidar a quienes han desaparecido. Hoy día las leyes mejoradas y la presión internacional han hecho que las condiciones de trabajo en muchas maquiladoras sean mejores de lo que eran en los años 90. Aunque los defensores notan que queda mucho trabajo por hacer.
Las familias que perdieron seres queridos durante esa época, incluyendo las de Maricela y Aurora, jugaron roles importantes en exigir cambios y mantener estos temas visibles en la conciencia pública, incluso cuando las investigaciones oficiales se estancaron. El edificio donde fueron encontrados los diarios ahora alberga una pequeña placa conmemorativa instalada por la comunidad, dedicando el espacio a la memoria de todas las jóvenes que desaparecieron en Ciudad Juárez durante los años 90 y 2000. incluye los nombres
de Maricela González y Aurora Mendoza, asegurando que su historia será recordada por las futuras generaciones que pasen por esa esquina donde su viaje al trabajo cada día, una vez las había llevado seguras, de regreso a casa con sus familias. M.
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