La tarde del 15 de octubre de 1999 se deslizaba con la misma rutina de siempre en el suburbio de Lakewood, Colorado. Rebeca Anderson, de 32 años, consultaba su reloj mientras preparaba la cena. James debería haber llegado hace dos horas. No respondía al teléfono de su oficina ni al móvil, algo inusual en un hombre metódico que la llamaba incluso cuando se retrasaba 10 minutos.
Seguramente el tráfico está imposible por la lluvia, pensó mientras observaba las gotas golpear contra la ventana de la cocina. El estofado favorito de James ya estaba frío. A las 11 de la noche, Rebeca llamó a la policía. El oficial que tomó su declaración la miró con cierta condescendencia.
Señora, su esposo probablemente está atascado en algún lugar o quizás salió con compañeros de trabajo. Los adultos no desaparecen así como así. Pero James no era así. Llevaban 7 años casados y jamás había pasado una noche fuera sin avisar. Era contador en una firma respetable, amante de la rutina y el orden.
No bebía, no apostaba, no tenía adicciones conocidas. La mañana siguiente, Rebeca llamó a la oficina de James. “Anderson, no vino ayer ni hoy,”, respondió la recepcionista con tono indiferente. “Pensamos que estaba enfermo. El mundo de Rebeca comenzó a desmoronarse. Llamó a los hospitales, a sus amigos, a sus familiares. Nadie sabía nada.
El Toyota Camry Gre de James tampoco estaba en el garaje de la empresa ni en ningún lugar visible de la ciudad. Al tercer día, la policía finalmente registró la desaparición. Oficialmente revisaron las cámaras de seguridad del edificio donde trabajaba. James había salido a las 12:30, aparentemente para almorzar, y nunca regresó.

Su maletín y su chaqueta quedaron en la oficina. Su tarjeta de crédito no registra movimientos desde ese día”, le informó el detective Michael Hayes, un hombre de mediana edad con ojos cansados pero atentos. Su cuenta bancaria tampoco muestra retiros inusuales previos a la desaparición. Las semanas siguientes fueron una tortura.
Rebeca apenas dormía, apenas comía. Distribuyó carteles con la foto de James por toda la ciudad. apareció en noticieros locales suplicando información. Su madre se mudó temporalmente para acompañarla. A veces la gente simplemente decide irse, Rebeca”, le dijo su amiga Karen un día mientras tomaban café. “Quizás James tenía problemas que no compartió contigo.
” “¡Imposible”, respondió Rebeca. Nos contábamos todo. Estábamos planeando tener un bebé el próximo año. A las 6 semanas la investigación policial prácticamente se había estancado. El detective seguía interesado en el caso, pero los recursos asignados disminuían. No había signos de violencia, no había pruebas de juego sucio, sin cuerpo, sin evidencia de crimen, le explicó Heis con pesar.
Técnicamente, su esposo es un adulto que decidió marcharse, pero Rebeca no podía aceptarlo. Por las noches revisaba álbumes de fotos buscando alguna pista, algún indicio que hubiera pasado por alto. James sonreía en todas las fotos. En su boda, en vacaciones en Florida, en la última Navidad, todo parecía perfecto. Fue exactamente 8 semanas después de la desaparición cuando ocurrió.
Rebeca estaba revisando su correo electrónico cuando recibió una notificación de AOL. Alguien había etiquetado a James en una foto. Con el corazón acelerado, hizo click. La imagen tardó casi un minuto en cargarse con la lenta conexión a internet. Cuando finalmente apareció, Rebeca sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

Era James, su esposo, de pie junto a una mujer rubia que no conocía. La mujer mostraba un evidente embarazo y sonreía a la cámara. James tenía el brazo alrededor de su cintura con gesto protector. Detrás de ellos se veía un letrero. Bienvenidos a Phoenix, Arizona. La foto había sido publicada por un tal Mike Phoenix 5 con el comentario: “Gran día con los futuros padres. Cuenta regresiva para el pequeño Thomas.” Rebeca vomitó sobre el teclado.
Cuando logró recuperarse, imprimió la foto con manos temblorosas y llamó inmediatamente al detective. “¿Estás segura de que es él?”, preguntó Heis estudiando la imagen. Es James, mi esposo, afirmó Rebeca con una calma que no sentía. Y esa mujer está embarazada de al menos 7 meses.
A frunció el ceño, lo que significa que ya estaba embarazada cuando su esposo desapareció. El detective tomó notas detalladas y prometió investigar la cuenta de Mike Phoenix 85 para rastrear la ubicación exacta. Mientras tanto, Rebeca se quedó mirando la foto una y otra vez. La cara sonriente de James, el mismo hombre que había dormido a su lado durante 7 años, ahora junto a otra mujer que esperaba un hijo suyo.
¿Quién eres realmente, James? susurró a la imagen mientras las piezas de su vida destrozada comenzaban a reordenarse en un rompecabezas mucho más oscuro y siniestro de lo que jamás habría imaginado. El detective Hayes llamó a Rebeca dos días después. Había rastreado la cuenta de Mike Fenix 85 hasta un cibercafé en el centro de Phoenix.
La cuenta había sido creada ese mismo día y solo tenía esa publicación. Es como si quisiera que lo encontráramos”, murmuró Heis, “O más específicamente que usted lo encontrara”. Rebeca pasó las siguientes 48 horas investigando por su cuenta. Encontró el perfil completo de la mujer de la foto, Melissa Thornton, agente inmobiliaria en Fénix. Su perfil mostraba más fotos con James.
Aunque él aparecía etiquetado como Thomas Wilson, en todas las imágenes se veía feliz, relajado, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. “Necesito ir a Phoenix”, decidió Rebeca. Su madre intentó disuadirla. “Deja que la policía se encargue, cariño.” Y si es peligroso.
Pero Rebeca ya había sacado un boleto de avión. Necesito verlo a los ojos cuando me explique por qué destruyó nuestra vida. El detective Hayes le proporcionó la dirección de la oficina inmobiliaria de Melissa y le pidió que tuviera extrema precaución. Si realmente planeó todo esto, no sabemos de qué es capaz. Prométame que no lo confrontará sola.

Rebeca asintió, aunque ya había decidido exactamente lo contrario. Phoenix era caluroso incluso en diciembre. Rebeca alquiló un auto y condujo hasta la oficina de Melissa Thornton propiedades. Estacionó al otro lado de la calle y esperó. A media tarde la vio salir. El embarazo estaba aún más avanzado que en la foto.
Melissa se subió a un elegante SV negro y Rebeca la siguió a distancia. Después de 20 minutos llegaron a una zona residencial de clase media alta. Melissa estacionó frente a una casa de estilo español con un jardín perfectamente cuidado. En el buzón se leía claramente Familia Wilson. Rebeca sintió náuseas. Mientras observaba, vio a James, su James, salir a recibir a Melissa con un beso.
Llevaba ropa casual que Rebeca nunca había visto. Tomó las bolsas del supermercado que Melisa traía y ambos entraron a la casa entre risas. 7 años juntos y nunca fuiste así de atento conmigo”, pensó Rebeca con amargura. Esperó hasta el anochecer. Vio las luces de la casa encenderse y apagarse en diferentes habitaciones.
A las 9, la luz del dormitorio principal se encendió. A las 10 se apagó. Rebeca regresó a su hotel, incapaz de procesar completamente lo que había visto. Su esposo, el hombre que creía conocer mejor que a nadie en el mundo, había construido una vida paralela completa. A la mañana siguiente llamó a Heise. Lo encontré, dijo con voz hueca.
Tiene una casa, una esposa embarazada, una vida entera aquí. Se hace llamar Thomas Wilson. He maldijo por lo bajo. Rebeca, no haga nada imprudente. Estoy contactando con la policía de Phoenix para coordinar un interrogatorio formal. ¿Hay algo más?”, añadió Rebeca. Revisé sus cuentas bancarias otra vez. Descubrí depósitos mensuales en una cuenta secundaria durante los últimos 3 años.
Pequeñas cantidades que no levantarían sospechas. ¿Está sugiriendo que planeó esto durante 3 años? Exactamente. Y hay otra cosa. Dos semanas antes de desaparecer incrementó nuestro seguro de vida a 500,000. Yo soy la beneficiaria. El silencio al otro lado de la línea fue revelador. Pensaba fingir su muerte eventualmente, concluyó Heis.

Después de establecerse completamente con su nueva identidad, Rebeca recordó la cabaña familiar de James en las montañas de Colorado. Habían pasado varios fines de semana allí, pero James siempre insistía en ir solo ocasionalmente para mantenimiento. La cabaña estaba a nombre de su difunto padre, no conectada directamente a sus finanzas actuales.
Tengo que revisar la cabaña”, le dijo a Heise. “Creo que podría encontrar más respuestas allí. Rebeca, por favor, espere a que” Pero ella ya había colgado. La cabaña se encontraba a 2 horas de Denver, en una zona boscosa y relativamente aislada. Rebeca condujo hasta allí esa misma tarde después de tomar un vuelo de regreso desde Phoenix.
El camino de tierra estaba embarrado por las recientes lluvias. La cabaña se veía exactamente igual que la última vez que habían estado allí juntos seis meses atrás. Rebeca usó la llave que guardaba en su llavero. El interior olía a humedad y a leña vieja. Todo parecía normal hasta que entró al pequeño estudio en la parte trasera.

El escritorio había sido movido y varios tablones del suelo estaban sueltos. Rebeca los levantó y encontró una caja metálica. Dentro había documentos, una identificación falsa a nombre de Thomas Wilson con la foto de James, estados de cuenta de un banco en Arizona y lo más perturbador, un plan detallado para su muerte accidental durante un supuesto viaje de pesca planificado para la primavera siguiente.
También había una USB. Rebeca la conectó a su laptop. Contenía fotos de Melissa desde hacía 4 años. Correos electrónicos entre ellos, planes, promesas. Thomas y Melissa siempre juntos. Nuestro hijo nacerá en un hogar completo, solo unos meses más y dejaremos todo atrás.
Las lágrimas corrían por el rostro de Rebeca mientras leía conversaciones de años. Su matrimonio, toda su relación había sido una fachada, una mera parada temporal en el camino de James hacia su verdadera vida deseada. El sonido de un vehículo acercándose la sobresaltó. Miró por la ventana y sintió que el corazón se le detenía. Era un Toyota Camry gris.
El auto de James Rebeca se quedó paralizada mirando por la ventana. El Camry Greece se detuvo frente a la cabaña. Era imposible que James estuviera allí. Se suponía que estaba en Phoenix, a más de 1000 km de distancia. Sin embargo, cuando la puerta del auto se abrió, no había duda. Era él. Con movimientos frenéticos, Rebeca guardó los documentos en la caja y la devolvió a su escondite bajo el piso. Cerró su laptop y la metió en su bolso. No había tiempo para huir.
Ya escuchaba pasos en el porche y el tintineo de llaves. Se ocultó en el armario del dormitorio principal, dejando la puerta ligeramente entreabierta. Su corazón latía tan fuerte que temía que James pudiera escucharlo. La puerta principal se abrió. James entró sacudiéndose la humedad de la chaqueta.
Se veía diferente. Había dejado crecer la barba y su cabello estaba más largo. Pero lo más impactante era su expresión. El hombre con quien Rebeca había compartido su vida siempre tenía un aire de amabilidad cautelosa. Este James se movía con una confianza depredadora. fue directamente al estudio.

Rebeca contuvo la respiración cuando lo escuchó maldecir. Había notado que alguien había descubierto su escondite. Rebeca, su voz resonó por la cabaña. Sé que estás aquí. Tu auto está afuera. Rebeca se encogió en el armario. ¿Cómo había sido tan descuidada? Debió haber estacionado más lejos. No voy a hacerte daño”, continuó James acercándose al dormitorio.
“Solo quiero hablar, explicarte.” Su tono era engañosamente suave, el mismo que usaba cuando quería convencerla de algo. Rebeca lo conocía bien. 7 años juntos merecen al menos una conversación, ¿no crees? La puerta del dormitorio se abrió completamente. James estaba allí mirando directamente hacia el armario.
“Siempre fuiste predecible”, dijo con una sonrisa triste. Rebeca salió lentamente sosteniendo su bolso contra el pecho como un escudo. “¿Cómo supiste que vendría aquí?” “He me llamó”, respondió James con naturalidad. Siempre fue más mi amigo que tuyo. Me advirtió que estabas investigando por tu cuenta. El mundo de Rebeca se tambaleó.
He, su único aliado en esta pesadilla, también era parte de la traición. ¿Por qué? La pregunta salió como un susurro. James se sentó en la cama indicándole que hiciera lo mismo. Rebeca permaneció de pie. Nunca planeé lastimarte, comenzó. Cuando nos conocimos, realmente creí que podríamos funcionar.
Eras inteligente, estable, exactamente lo que necesitaba en ese momento. Mientras construías otra vida en Arizona, completó Rebeca con amargura. James no lo negó. Conocí a Melissa durante un viaje de negocios hace 4 años. Fue diferente. Con ella podía ser quien realmente soy, no quien todos esperaban que fuera. ¿Y quién eres realmente, James? O debería decir Thomas. Él sonrió y esa sonrisa envió escalofríos por la columna de Rebeca.

Era la sonrisa de un extraño. Alguien que no encaja en las casillas convencionales, alguien que necesitaba libertad. Libertad para manipular, para mentir, para tener dos esposas. James se encogió de hombros. Llámalo como quieras. Funcionó perfectamente hasta que decidiste usmear. Rebeca retrocedió hacia la puerta. ¿Por qué publicar esa foto? ¿Por qué permitir que te encontrara? No fue intencional.
Mike es un idiota impulsivo que no entiende la privacidad online. Cuando vi que te había etiquetado, hizo una pausa. Tuve que acelerar mis planes. ¿Qué planes? Fingir tu muerte para cobrar el seguro. La expresión de James se endureció. Las cosas se complicaron cuando Melissa quedó embarazada. Necesitábamos más dinero para empezar de nuevo.
El seguro era la solución perfecta. Rebeca sintió náuseas. Ibas a dejarme creer que estabas muerto después de abandonarme sin explicación. Eventualmente habrías seguido adelante, dijo con indiferencia. Todos lo hacen. Un pensamiento terrible cruzó la mente de Rebeca.
No soy la primera, ¿verdad? El silencio de James fue su respuesta. ¿Cuántas veces has hecho esto? ¿Cuántas identidades tienes? James se levantó y caminó hacia ella. Eres demasiado inteligente para tu propio bien, Rebeca. Siempre lo fuiste. Rebeca buscó a tientas el pomo de la puerta detrás de ella. No te acerques más.
No puedo permitir que arruines todo ahora dijo James, su voz perdiendo todo rastro de calidez. Melissa y el bebé me necesitan. Esta vez es diferente, esta vez es real y las otras veces no lo eran. Rebeca logró abrir la puerta y retrocedió hacia el pasillo. Las otras mujeres no eran como tú. No hacían preguntas, no investigaban.

James avanzó hacia ella, pero todas cometieron el mismo error, creer que me conocían. Rebeca corrió hacia la sala. Necesitaba llegar a su auto. Las llaves estaban en su bolsillo. “Heyes, ¿no va a ayudarte!”, gritó James detrás de ella. “¿Crees que es coincidencia que estuviera asignado a mi caso? Ha estado cubriéndome durante años. La revelación golpeó a Rebeca como una bofetada.
La investigación estancada, la información retenida, la insistencia en que no actuara por su cuenta. ¿Por qué?”, preguntó ganando tiempo mientras calculaba la distancia hacia la puerta. Somos viejos amigos de antes de Colorado, de antes de ti. James se acercaba lentamente como si tuviera todo el tiempo del mundo. Mike, todos formamos parte del mismo proyecto.
Rebeca llegó a la puerta principal, pero estaba cerrada con llave. James había quitado la llave. No cometas una estupidez, Rebeca”, advirtió James. “Siempre ha sido la más sensata de los dos. Podemos resolver esto civilizadamente.” Civilizadamente. Rebeca soltó una risa histérica, “¿Como las otras mujeres, ¿qué les pasó a ellas, James?” Un brillo peligroso apareció en los ojos de James.
Digamos que entendieron cuándo retirarse. Rebeca miró frenéticamente a su alrededor. La cabaña tenía ventanas pequeñas demasiado estrechas para escapar. La puerta trasera estaba en la cocina, al otro lado de donde se encontraba James. ¿Qué quieres de mí?, preguntó intentando sonar calmada.
Que firmes los papeles del divorcio, que renuncies al seguro, que desaparezcas de mi vida. James sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta. Todo está aquí. Firma y te dejaré ir. Rebeca no le creía. Había visto demasiado. Sabía demasiado. Y si me niego, la sonrisa de James se desvaneció por completo. Entonces tendré que seguir con mi plan original.
Un accidente trágico en estas montañas. solo que ahora serían dos accidentes. El tiempo pareció detenerse mientras Rebeca asimilaba la amenaza. James, el hombre con quien había compartido su cama durante 7 años, estaba dispuesto a matarla. Quizás lo había estado planeando desde el principio.

No te creo dijo Rebeca intentando mantener la voz firme. No eres un asesino. James ladeó la cabeza, estudiándola como si fuera un espécimen curioso. ¿Estás segura? No me conoces, Rebeca. Nunca lo hiciste. Un ruido afuera captó la atención de ambos. Faros iluminaron brevemente las ventanas de la cabaña. Alguien había llegado. Espero que no hayas cometido la estupidez de decirle a alguien que vendrías aquí, gruñó James acercándose a la ventana para mirar afuera.
Rebecca aprovechó la distracción para correr hacia la cocina si lograba alcanzar la puerta trasera. Escuchó pasos pesados en el porche y luego tres golpes firmes en la puerta principal. Policía de Colorado, abran la puerta. James la miró con furia. ¿Qué hiciste? Rebeca estaba tan sorprendida como él. No había contactado a la policía a menos que, “Detective”, murmuró. Una expresión de comprensión cruzó el rostro de James.
¿Crees que Hay vino a salvarte? Ingenua hasta el final. Los golpes en la puerta se intensificaron. James Anderson, Rebeca Anderson, sabemos que están ahí dentro. Abran la puerta ahora. James sacó un arma de la parte trasera de su cinturón. Rebeca nunca lo había visto con un arma antes. Cambio de planes dijo con voz fría.
La policía encuentra a la esposa abandonada que, desesperada tras descubrir la infidelidad de su marido, le dispara y luego se suicida. Una tragedia pasional. Rebeca retrocedió hasta chocar contra la encimera de la cocina. Sus dedos tocaron algo metálico, un cuchillo de cocina. Lo agarró disimuladamente. No funcionará, dijo ganando tiempo. He sabe todo sobre ti, sobre Melisa. Tengo copias de los documentos que encontré.

Ha está de mi lado. ¿Recuerdas? James levantó el arma apuntándole. En cuanto a las copias, será tu palabra contra la mía y tú no estarás para defenderla. La puerta principal crujió bajo la presión de lo que parecía ser un ariete policial. Última oportunidad, ofreció James. Firma los papeles y confiesa haber inventado toda esta historia por celos.
¿Podrías salir de esta con vida? Rebeca apretó el cuchillo en su mano. Tú eres el único que necesita confesarse, James. Cuántas mujeres antes de mí. Cuántas identidades cuánto dinero has robado la puerta principal se dio con un estruendo. James se giró instintivamente hacia el ruido y Rebeca aprovechó ese momento para lanzarse hacia delante con el cuchillo. No era una mujer violenta. Nunca había lastimado a nadie.
Pero el instinto de supervivencia guió su mano. El cuchillo se hundió en el hombro de James, quien gritó de dolor y soltó el arma. Rebeca la pateó lejos y corrió hacia la entrada, donde varios oficiales entraban con armas desenfundadas. “Tiene un arma!”, gritó señalando hacia la cocina. intentó matarme.
Dos oficiales se abalanzaron sobre James, quien se retorcía en el suelo sujetando su hombro sangrante. Un tercero guió a Rebeca afuera hacia la seguridad. Bajo la luz de las patrullas, Rebeca vio a alguien que no esperaba. El detective Hay, esposado en el asiento trasero de un vehículo policial. Una oficial se acercó a ella.
Señora Anderson, soy la detective Lisa Ramírez. Lamentamos no haber llegado antes. ¿Cómo? Comenzó Rebeca confundida. Seguimos al detective cuando salió precipitadamente de la comisaría después de una llamada sospechosa. Llevamos meses investigándolo por obstrucción de justicia y complicidad. La detective le ofreció una manta.

Parece que su caso finalmente nos dio las pruebas que necesitábamos. Rebeca observó cómo sacaban a James esposado de la cabaña. Su mirada era puro odio. No es solo él, dijo Rebeca temblando. Hay más personas involucradas. Un tal Mike en Phoenix, posiblemente otros, y Melissa Thornton. No sé si ella es cómplice o víctima. La detective asintió tomando notas.
Necesitaremos su declaración completa, pero primero un médico debe revisarla. En la ambulancia, mientras un paramédico verificaba sus signos vitales, Rebeca finalmente se permitió llorar. 7 años de su vida habían sido una elaborada mentira. El hombre que amaba nunca había existido realmente.
“Encontramos algo que debe ver”, dijo la detective Ramírez subiendo a la ambulancia con una laptop. Estaba oculta en un compartimento secreto del auto de su esposo. En la pantalla había archivos con nombres de mujeres, al menos cinco. Datos personales, financieros, fotografías, el mismo patrón repetido una y otra vez durante más de una década.
Creemos que su esposo y sus cómplices llevan años estafando a mujeres”, explicó Ramírez. Matrimonios fraudulentos, seguros de vida, propiedades compartidas, una operación sofisticada. Las otras mujeres, Rebeca no pudo terminar la pregunta. Estamos localizándolas. Algunas desaparecieron después de que sus esposos lo hicieran. Otras fueron encontradas. La detective hizo una pausa. En circunstancias sospechosas.

Rebeca cerró los ojos, asimilando la magnitud de lo que había descubierto y de lo que había escapado. ¿Qué pasará con Melissa y su bebé?, preguntó finalmente, un equipo está en camino a Phoenix ahora mismo. Si ella es otra víctima, la protegeremos. Si es cómplice. La detective dejó la frase inconclusa.
Tres días después, Rebeca observaba el amanecer desde la ventana de su habitación de hotel en Denver. No podía volver a la casa que había compartido con James. Contenía demasiados recuerdos falsos. Su teléfono sonó. Era la detective Ramírez. “Tenemos noticias”, dijo sin preámbulos. Melissa Thorton ha sido arrestada como cómplice.
Al parecer, ella y James, o Thomas, como lo conocía, habían estafado a otras dos mujeres en California antes de mudarse a Phoenix. El embarazo era falso, un vientre prostético. Rebeca soltó una risa amarga. Incluso eso había sido una mentira. Y el tal Mike, Michael Peterson, también bajo custodia, era quien se encargaba de las identificaciones falsas.
Ha facilitaba la información policial y desviaba las investigaciones. “Una operación perfecta”, murmuró Rebeca. “Casi perfecta”, corrigió Ramírez. Hi hasta que usted decidió no rendirse. Rebeca miró las primeras luces del día iluminando las montañas. Durante semanas se había preguntado qué había hecho mal, por qué James la había abandonado. Ahora entendía que la pregunta correcta era por qué la había elegido en primer lugar.
James enfrentará múltiples cargos continuó Ramírez. Fraude, estafa, intento de homicidio y estamos investigando la conexión con dos muertes sospechosas de mujeres en Seattle y Portland. ¿Cuándo es el juicio? Preliminar en tres semanas. Necesitaremos su testimonio. Rebeca asintió, aunque la detective no pudiera verla. Estaré allí.
Después de colgar, Rebeca abrió su laptop y comenzó a escribir todo lo que había descubierto, todo lo que había vivido, cada detalle de los 7 años con un hombre que nunca existió. Mientras tecleaba, una extraña sensación de liberación crecía en su interior. James, o quien fuera realmente había destruido su pasado, pero no determinaría su futuro.


Esa era la única verdad que importaba. Ahora, 6 meses después del arresto de James, Rebeca se encontraba sentada en una sala de espera del juzgado de Denver. El caso había captado la atención nacional. La red de estafadores matrimoniales lo llamaban los medios. James Anderson, Michael Peterson, Melissa Thornton y el Detective Hay enfrentaban cargos que podrían mantenerlos en prisión por décadas.
Rebeca jugaba nerviosamente con el borde de su blusa. En minutos tendría que entrar a la sala y testificar, mirando directamente a los ojos del hombre que había compartido su cama durante 7 años. “Señora Anderson.” Rebeca levantó la mirada. Una mujer de unos 40 años, cabello castaño corto y expresión seria, se acercó y se sentó a su lado.
“Soy Ctherine Winters de Portland.” El nombre le resultaba familiar a Rebeca. Estaba en los archivos que habían encontrado en la laptop de James. “Usted es una de las otras”, dijo Rebeca en voz baja. Ctherine asintió. La esposa número tres, según los registros. Estuvimos casados 5 años. se hacía llamar Robert Winters.
Entonces, Rebeca estudió el rostro de la mujer. No se parecían físicamente, pero había algo en sus ojos, una inteligencia cautelosa que reconocía. ¿Cómo terminó con usted?, preguntó Rebeca. Un día simplemente no volvió a casa respondió Catherine con una calma que solo podía venir después de años procesando el trauma. Desapareció con nuestra cuenta de ahorros.
La policía lo catalogó como abandono de hogar. ¿No intentó encontrarlo? Ctherine sonrió tristemente. Por supuesto que sí, durante meses, pero en 1994 no teníamos internet como ahora. Las búsquedas interestatales eran complicadas. Eventualmente tuve que seguir adelante. Rebeca asintió comprendiendo perfectamente esa impotencia.

Hay más de nosotras aquí hoy,”, continuó Ctherine, Claire de Seattle, Susan de Chicago. Y creemos que hubo al menos tres más antes de nosotras. Tres más. Rebeca sintió un escalofrío. ¿Qué les pasó? Catherine bajó la voz. Dos no han sido localizadas y una fue encontrada muerta en 1991. Suicidio, según los registros policiales. “Dios mío,” susurró Rebeca. “¿Cuánto tiempo lleva haciendo esto? La fiscalía cree que comenzó a principios de los 90, casi 10 años perfeccionando su método.
Un asistente judicial se asomó a la sala de espera. Señora Anderson, es su turno. Rebeca se levantó súbitamente consciente de la importancia de su testimonio. No solo para su caso, sino para todas las mujeres que habían caído en la red de James. Catherine tomó su mano brevemente. Somos más fuertes que él, todas nosotras.
Recuérdelo cuando lo mire a los ojos. En la sala del tribunal, bajo las brillantes luces y ante las miradas de jurado, abogados y espectadores, Rebeca caminó con la cabeza alta hacia el estrado. James estaba sentado en la mesa de la defensa vistiendo un traje gris que le quedaba ligeramente grande.
Parecía más pequeño de lo que recordaba, menos intimidante. Durante las dos horas siguientes, Rebeca relató cada detalle de su historia. La desaparición, la búsqueda desesperada, el descubrimiento de la foto, el viaje a Phoenix, la confrontación en la cabaña. Su voz se mantuvo firme incluso cuando describió cómo James había apuntado un arma hacia ella, dispuesto a matarla para proteger su elaborada red de mentiras.

En algún momento, durante sus 7 años de matrimonio, sospechó que su esposo llevaba una doble vida. preguntó la fiscal. Rebeca negó con la cabeza. James era meticuloso. Creaba pequeñas rutinas que justificaban sus ausencias. Viajes de negocios, visitas a su madre enferma en Florida, mantenimiento en la cabaña familiar y nunca verificó estas coartadas.
¿Por qué lo haría? confiaba en él completamente. Ese es el fundamento de un matrimonio, ¿no? Rebeca miró directamente a James mientras hablaba. Por primera vez desde que entró a la sala, él desvió la mirada. Durante el contrainterrogatorio, el abogado defensor intentó pintar a Rebeca como una esposa obsesiva y controladora, que había inventado teorías conspirativas al descubrir la infidelidad de su marido.
¿No es cierto que usted apuñaló a mi cliente cuando él intentaba explicarle la situación? Lo apuñalé en defensa propia cuando me apuntó con un arma y amenazó con matarme”, respondió Rebeca con firmeza. un arma que la policía encontró en la escena con sus huellas dactilares. El abogado cambió de estrategia. ¿Está usted al tanto de que mi cliente ha sido diagnosticado con trastorno de identidad disociativo que posiblemente no era consciente de sus acciones? Un murmullo recorrió la sala. Rebeca apretó los labios conteniendo su indignación.
Estoy al tanto de que ese diagnóstico fue realizado después de su arresto por un psiquiatra contratado por la defensa. Rebeca miró al jurado. También estoy al tanto de que la planificación metódica durante años, los registros detallados que mantenía de sus víctimas y la red de cómplices que construyó difícilmente coinciden con alguien que no era consciente de sus acciones.
Cuando finalmente pudo abandonar el estrado, Rebeca se sentía agotada, pero más liviana, como si hubiera depositado una carga que había llevado demasiado tiempo. En el pasillo se encontró con las otras mujeres, Ctherine, Claire, Susan, diferentes edades, diferentes profesiones, diferentes ciudades, pero todas habían caído bajo el hechizo del mismo depredador.
Lo hiciste muy bien ahí dentro”, dijo Clire. Una mujer afroamericana de aspecto elegante que había sido la esposa de James en Seattle entre 1995 y 1997. “No dejaste que te desestabilizaran. Es más fácil cuando sabes que no estás sola”, respondió Rebeca. Susan, la más joven del grupo, parecía todavía afectada por el encuentro.
Vieron como nos miraba como si fuéramos objetos, piezas de un juego. Para él lo éramos, dijo Catherine con frialdad. Inversiones a largo plazo elegidas por nuestros perfiles financieros, no por quiénes éramos. Rebeca recordó algo que había encontrado en los archivos de James. Todas teníamos algo en común, ¿verdad? Profesionales independientes, sin familia cercana, con ahorros sustanciales. Las otras asintieron. El perfecto blanco, murmuró Clerre.
Mujeres cuya desaparición no levantaría demasiadas alarmas. Un escalofrío recorrió a Rebeca al pensar en la precisión con que James seleccionaba a sus víctimas. Cuántas veces habría estudiado su rutina antes de acercarse a ella. ¿Cuánta investigación habría hecho sobre su vida, su trabajo, sus finanzas? La fiscal se acercó al grupo. Su expresión seria, pero optimista.
El jurado parece receptivo. Sus testimonios han sido cruciales. Miró específicamente a Rebeca, especialmente el suyo, señora Anderson. Sin su persistencia, esta red podría haber continuado operando por años. ¿Qué pasará con el bebé de Melissa? Preguntó Rebeca. recordando de pronto el falso embarazo. “No existe tal bebé”, aclaró la fiscal.
Era parte de la estafa. El plan era fingir un nacimiento y luego usar eso como razón para que James o Thomas, como se hacía llamar, necesitara acceder a más fondos. Un hijo enfermo siempre genera simpatía y disposición a ayudar financieramente. Rebeca asintió sintiendo una extraña mezcla de alivio y decepción.
Una parte de ella había mantenido la esperanza de que al menos ese aspecto fuera real, que James verdaderamente quisiera ser padre, aunque fuera con otra mujer. El proceso judicial se extendió por tres semanas más. Cada día revelaba nuevos detalles sobre la operación criminal que James y sus cómplices habían perfeccionado durante una década.
La red era más extensa de lo que cualquiera había imaginado inicialmente. Más además de Hayes, Peterson y Thornton, otros dos oficiales de policía en diferentes estados habían sido implicados, así como un empleado de la Oficina del Seguro Social que facilitaba la creación de identidades falsas. Rebeca asistió a cada sesión sentada junto a Ctherine, Claire y Susan.
Las cuatro mujeres habían formado un vínculo que nadie más podía comprender. No eran simplemente víctimas del mismo hombre, eran sobrevivientes de la misma pesadilla elaboradamente orquestada. El último día del juicio, mientras esperaban el veredicto, Rebecca observó a James en la mesa de la defensa.

Había perdido peso durante su detención y la arrogancia que había mostrado en la cabaña había sido reemplazada por una resignación calculadora. Ocasionalmente miraba hacia donde estaban sentadas sus exesposas, estudiándolas como si fueran un puzzle que aún intentaba resolver. Todavía no entiende cómo fallaron sus planes”, murmuró Catherine notando la dirección de la mirada de Rebeca.
“Hombres como él nunca consideran la posibilidad de que las mujeres que subestiman sean quienes los destruyan.” El jurado deliberó durante menos de 4 horas, un tiempo sorprendentemente corto para un caso tan complejo. Cuando regresaron a la sala, Rebeca sintió que su corazón se aceleraba. James Anderson fue declarado culpable de todos los cargos.
Fraude, estafa agravada, robo de identidad, intento de homicidio, obstrucción de justicia y conspiración. La sentencia 85 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional, hasta cumplir al menos 40 años. Haes, Peterson y Thorton recibieron sentencias menores, pero igualmente significativas.
Cuando los alguaciles se llevaron a James esposado, este miró una última vez hacia Rebeca. No había arrepentimiento en sus ojos, solo un frío cálculo, como si aún estuviera evaluando posibilidades. Se acabó, dijo Susan tomando la mano de Rebeca. Realmente se acabó. Pero Rebeca sabía que en cierto modo nunca terminaría completamente. Las cicatrices emocionales, la confianza destrozada, las preguntas persistentes sobre cómo pudo haber sido tan ciega, esas heridas tomarían mucho más tiempo en sanar.
Fuera del juzgado, los reporteros se abalanzaron sobre el grupo de mujeres hambrientos de declaraciones. Rebeca, quien había evitado a la prensa durante todo el proceso, sorprendió a todos dando un paso al frente. Lo que James Anderson y sus cómplices hicieron va más allá del fraude financiero. Dijo con voz clara y firme, “Robaron años de nuestras vidas. Robaron nuestra confianza, nuestra capacidad de creer en los demás.

Eso es algo que ninguna sentencia judicial puede compensar completamente. Hizo una pausa mirando a las otras mujeres que la rodeaban. Pero estamos aquí, sobrevivimos y juntas hemos impedido que más mujeres caigan en su trampa. Si hay algo que quiero que las personas aprendan de nuestra historia es que confiar no es una debilidad.
La debilidad está en quienes explotan esa confianza. Un año después del veredicto, Rebeca estaba sentada en una cafetería de Denver revisando las pruebas finales de su libro titulado El hombre que nunca existió, sobreviviendo al engaño perfecto. Relataba no solo su experiencia, sino la de todas las mujeres que habían caído en la red de James Anderson a lo largo de los años.
La editorial había insistido en usar una foto de James en la portada, pero Rebeca se había negado categóricamente. Este libro no es sobre él. Había argumentado, es sobre nosotras. La portada mostraba ahora cinco siluetas femeninas, representando a todas las víctimas identificadas, incluida Linda, la mujer encontrada muerta en 1991, cuyo caso había sido reabierto tras las revelaciones del juicio.
Rebeca tomó un sorbo de su café mientras revisaba el último capítulo. Las palabras fluían con una honestidad que la habría aterrorizado un año atrás. hablar sobre la vergüenza, la culpa, la sensación de estupidez que la había invadido al descubrir la verdad. Todo estaba allí expuesto para que cualquiera lo leyera, pero también estaba el proceso de reconstrucción.
cómo había aprendido a confiar de nuevo primero en las otras mujeres, luego en sí misma, como la terapia, los grupos de apoyo y sorprendentemente la escritura habían sido fundamentales en su recuperación. Puedo sentarme, Rebeca levantó la mirada. Un hombre de mediana edad, cabello entreco, ojos amables, señalaba la silla vacía frente a ella. Lo siento, estoy esperando a alguien”, respondió automáticamente.

El hombre asintió y se dirigió a otra mesa. Rebeca volvió a su manuscrito, pero algo en la interacción la perturbó. No era la primera vez que rechazaba compañía desde lo ocurrido con James. Parte de ella seguía levantando muros, protegiéndose. Su teléfono sonó. Era Ctherine. ¿Cómo va el libro? Preguntó sin preámbulos.
Casi terminado”, respondió Rebeca. “El editor quiere publicarlo para el aniversario del juicio. ¿Estás lista para toda la atención que eso traerá?” Rebeca miró por la ventana de la cafetería, observando el flujo de personas en la acera, cada una con su historia, sus secretos, sus verdades y mentiras. “Creo que sí”, dijo finalmente.
“Ya no tengo miedo de ser vista ni de ver realmente a los demás”. Catherine guardó silencio por un momento. ¿Sabes? Claire ha empezado a salir con alguien, un profesor de literatura que conoció en una de sus conferencias. Rebeca sintió una punzada de algo parecido a la envidia, seguida de una genuina alegría por su amiga. “Y está bien atterrorizada.” Reconoció Ctherine con una leve risa, “pero lo está intentando.
Dice que el miedo no va a definirla por siempre. Después de colgar, Rebeca miró de nuevo hacia el hombre que le había pedido sentarse. Estaba leyendo un libro completamente absorto. No había nada amenazante en él, nada que justificara su rechazo inmediato. Con un suspiro, guardó su manuscrito en su bolso y se dirigió a la salida.
No estaba lista para dar ese paso todavía, pero quizás algún día lo estaría. Por ahora tenía una historia que terminar. Afuera, el aire de primavera en Denver traía el aroma de flores y nuevos comienzos. Rebeca caminó hacia su apartamento, un lugar que había decorado completamente sola, sin rastros de su vida anterior.
Era pequeño, pero luminoso, con grandes ventanas que dejaban entrar el sol y paredes llenas de fotografías de sus nuevas amistades. En su escritorio, junto a su computadora, había una foto enmarcada de ella con Catherine, Clire, Susan y Diane, la quinta sobreviviente localizada durante el juicio.
Las cinco mujeres sonreían a la cámara durante un fin de semana que habían pasado juntas en las montañas celebrando el aniversario de 6 meses del veredicto. Debajo de la foto había una pequeña inscripción, las palabras que Rebeca había elegido para cerrar su libro. A veces las mentiras más elaboradas nos conducen a las verdades más profundas sobre nosotros mismos.
Y a veces, al perder a alguien que nunca existió realmente nos encontramos con quienes siempre debimos ser. La publicación del libro de Rebeca generó exactamente el tipo de atención que su editorial había anticipado. El hombre que nunca existió se convirtió rápidamente en un éxito nacional, catapultando a Rebeca a una fama que nunca había buscado ni deseado.

Programas matutinos, podcasts de True Crime, documentales en streaming. Todos querían entrevistar a la mujer que había desenmascarado a uno de los estafadores matrimoniales más prolíficos de la historia reciente. Rebeca aceptó algunas entrevistas, principalmente aquellas que le permitían compartir el espacio con las otras sobrevivientes.
Insistía en que la historia no era solo suya y se negaba a alimentar la fascinación morbosa que muchos tenían con James Anderson. No quiero hablar sobre él. le dijo firmemente a una presentadora que insistía en preguntas sobre la intimidad de su matrimonio. Quiero hablar sobre reconstrucción, sobre cómo reconocer las señales de alerta, sobre los recursos disponibles para víctimas de fraude emocional.
Una mañana de septiembre, casi dos años después del juicio, Rebeca recibió una llamada de la detective Ramírez. “Tenemos nueva información”, dijo sin rodeos. Podemos vernos 3 horas más tarde. Rebeca estaba sentada en una sala de conferencias del policía de Denver. Ramírez entró con una carpeta gruesa y expresión grave.
James ha estado carteándose con alguien desde prisión, comenzó la detective. Un admirador aparentemente fascinado con su caso. Rebeca flunció el seño. ¿Por qué me lo cuenta? Porque en estas cartas James ha estado revelando detalles sobre casos que no conocíamos. Ramírez abrió la carpeta. Hemos podido vincular su modus operandi con desapariciones no resueltas que se remontan a 1988.
Rebeca sintió un escalofrío. Antes de Linda, Ramírez asintió. Creemos que hubo al menos tres mujeres más. Y basándonos en lo que ha insinuado en estas cartas, la detective hizo una pausa como si buscara las palabras adecuadas. No todas sobrevivieron. La habitación pareció girar alrededor de Rebeca.
Siempre había sospechado que James era capaz de violencia. lo había experimentado de primera mano en la cabaña, pero enfrentar la posibilidad de que hubiera asesinado a otras mujeres, mujeres como ella, ¿por qué está confesando ahora?, logró preguntar. No lo llamaría exactamente una confesión, más bien alardea, se jacta de su inteligencia, de su capacidad para manipular el sistema. Ramírez la miró directamente.

Menciona específicamente que usted apenas rascó la superficie. Rebeca cerró los ojos brevemente. Típico de James. Convertir incluso sus crímenes en una competencia, en una demostración de superioridad. ¿Qué necesitan de mí? James ha solicitado hablar con usted. Ramírez levantó una mano al ver la expresión de Rebeca.
Obviamente puede negarse, pero cree que podría revelar información sobre los casos más antiguos si usted accede a visitarlo. Está usando a posibles víctimas como moneda de cambio para verme. La indignación de Rebeca era palpable. Eso es repugnante. Lo es, coincidió Ramírez. Por eso quería hablar con usted personalmente.
No queremos presionarla, pero si existe la posibilidad de resolver estos casos fríos, de dar respuestas a otras familias, Rebeca se levantó y caminó hacia la ventana. En la calle, la vida continuaba normalmente. Personas yendo a trabajar, comprando café, viviendo sus vidas, sin saber que a pocos metros se discutía sobre un monstruo que había destrozado tantas vidas.
Necesito pensarlo”, dijo finalmente y consultar con las demás. Esa noche Rebeca organizó una videollamada con Ctherine, Claire, Susan y Dayane. Las cinco mujeres escucharon en silencio mientras Rebeca explicaba la situación. “Es manipulación pura y simple”, dijo Susan cuando Rebeca terminó. “Quiere verte porque sabe que te afectará. se alimenta de ese poder.
Pero si hay otras víctimas, comenzó Diane, la más reciente esposa de James antes de Rebeca, familias que no tienen respuestas. ¿A qué costo? Intervino Catherine. Rebeca, ya has dado suficiente. No le debes nada a nadie, especialmente no a él. Clire, quien había permanecido callada, finalmente habló. Creo que deberías ir.
Todas la miraron sorprendidas. No por él, sino por ti, para demostrarle que ya no tiene poder sobre ti. Y sí, también por esas otras mujeres que no tuvieron la oportunidad que nosotras tuvimos. Rebeca consideró las palabras de Claire. De todas ellas, Claire había sido quien más había sufrido físicamente a manos de James.
Había sido hospitalizada después de que él la golpeara severamente durante una discusión, poco antes de su desaparición. No iré sola”, decidió Rebeca finalmente. Quiero que todas ustedes estén allí también. La penitenciaría estatal de Colorado era una estructura imponente de concreto y alambre de púas.

Rebeca y las otras cuatro mujeres fueron escoltadas a través de múltiples puntos de seguridad hasta una sala de visitas especial donde la detective Ramírez las esperaba. Esto es inusual”, comentó Ramírez mirando al grupo. “Normalmente solo permitiríamos a una persona. ¿Es todas nosotras o ninguna”, respondió Rebeca con firmeza. “Él quiere un espectáculo.
Le daremos uno diferente al que espera.” James entró escoltado por dos guardias. Se veía más delgado, con el cabello completamente gris ahora, pero sus ojos mantenían esa misma intensidad calculadora. se detuvo momentáneamente al ver a todas sus exesposas sentadas juntas.
Y por un instante, Rebeca creyó detectar algo parecido al miedo en su expresión. “Qué reunión familiar tan conmovedora”, dijo James cuando lo sentaron frente a ellas, sus manos esposadas a la mesa. “No esperaba un comité de bienvenida completo.” “No estamos aquí por ti”, respondió Ctherine con frialdad. Estamos aquí por las mujeres que no pueden estar. James sonríó.
Esa sonrisa encantadora que todas ellas habían encontrado irresistible alguna vez. Siempre tan directa. Ctherine, extraño eso de ti. Basta de juegos. Interrumpió Rebeca. La detective Ramírez dice que tienes información sobre otros casos. Estamos aquí para escucharla. James se reclinó tanto como sus esposas le permitían. estudiando a cada una de las mujeres por turno.
¿Saben? Es fascinante verlas a todas juntas. Mis capítulos reunidos en una sala. Personas, corrigió Susan, no capítulos, no personajes de tu retorcida historia. Pero lo fueron, insistió James. Cada una representó una versión mejorada de mi método. Rebeca aquí fue casi la culminación perfecta. se inclinó hacia delante.

“Les has contado sobre la cabaña, Rebeca, sobre cómo casi termina todo.” Rebeca mantuvo su expresión neutral, negándose a darle la satisfacción de verla afectada. Nombres, James, fechas, ubicaciones, es lo único que nos interesa. James pareció decepcionado por su falta de reacción. ¿Dónde está la diversión en eso? Pensé que podríamos ponernos al día primero, compartir recuerdos.
Esto no es un reencuentro, intervino Diane hablando por primera vez. Esto es una oportunidad para hacer lo correcto por una vez en tu miserable vida. Algo oscuro destelló en los ojos de James. Lo correcto, como ese libro tuyo, Rebeca, lucrar con nuestra historia, con mi historia, corrigió Rebeca, que resultó entrecruzarse con la de ellas debido a tus acciones.
Y cada centavo de las regalías va a organizaciones que ayudan a víctimas de fraude y abuso. James se quedó momentáneamente sin palabras, claramente sorprendido por esta información. Emily Sanders, 1988, Minneapolis, dijo Clire de repente. Patricia Miller, 1990, Portland. Justin Taylor, 1992, Salt Lake City.
James dirigió su atención hacia Claire, su expresión cambiando sutilmente. Las encontramos, continuó Clair, mientras tu correspondencia era monitoreada. Nosotras estábamos trabajando con detectives privados. Hemos localizado a casi todas tus víctimas, James. Las que sobrevivieron están siendo contactadas ahora mismo. Por primera vez, James pareció genuinamente descolocado.
Están mintiendo. Es imposible que que un grupo de mujeres hiciera un mejor trabajo de investigación que tú cubriéndote las huellas. Completó Ctherine. Tu arrogancia siempre fue tu mayor debilidad. Rebeca observó como la fachada de control de James comenzaba a desmoronarse. No habían encontrado a todas las víctimas, por supuesto, pero Claire había dado en el clavo con su estrategia.
Solo hay dos casos que no hemos podido resolver, dijo Rebeca aprovechando el momento de vulnerabilidad. Sabemos que fueron las primeras antes de que perfeccionaras tu método antes de Emily Sanders. James miró alrededor de la sala como un animal acorralado buscando una salida. Por primera vez, no era él quien controlaba la narrativa.

No obtendrás lo que viniste a buscar. Continuó Rebeca. No habrá miedo ni dolor, ni la satisfacción de vernos afectadas por tu presencia. Lo que ves aquí son cinco mujeres que han seguido adelante, que han construido algo positivo de las cenizas que dejaste. Las otras asintieron en silencio. Esta es tu última oportunidad para hacer algo remotamente decente, concluyó Rebeca. Dos nombres. Es todo lo que pedimos.
El silencio en la sala de visitas se extendió por lo que pareció una eternidad. James observaba a las cinco mujeres frente a él. su mente calculadora claramente evaluando opciones, buscando una forma de recuperar el control de la situación. Margaret Holloway dijo finalmente su voz notablemente menos segura.
Wichita Kansas, 1986 y antes de ella Anna Collins, Detroit, 1985. Rebeca intercambió miradas con la detective Ramírez, quien tomaba notas discretamente en un rincón de la sala. ¿Qué les pasó?, preguntó Diane. Su voz firme pero compasiva. James desvió la mirada por primera vez. Margaret fue un accidente.
Se cayó por las escaleras durante una discusión. Entré en pánico y huí. Y Ana, insistió Ctherine. Una sonrisa inquietante apareció brevemente en el rostro de James. Ana fue especial. La primera. No estaba tan refinado. Entonces, la implicación quedó flotando en el aire. pesada y terrible. Ubicaciones exigió Claire. Necesitamos saber dónde buscar. James pareció considerar sus opciones una vez más.
La casa donde vivía con Margaret fue demolida hace años. En cuanto a Ana, hizo una pausa. Hay un campo a las afueras de Detroit, junto a la carretera I94. Un viejo roble solitario marca el lugar. Rebeca sintió náuseas, pero mantuvo su compostura. No era el momento de mostrar debilidad. Tendrás que ser más específico. Intervino la detective Ramírez acercándose a la mesa.
Hay muchos campos junto a esa carretera. Durante la siguiente hora, James proporcionó detalles adicionales sobre ambos casos. Las fechas exactas, las circunstancias, los lugares. A medida que hablaba, Rebeca notó algo extraño. No había jactancia en su voz. Por primera vez desde que lo conocía, James parecía casi humano, vulnerable.
Cuando los guardias finalmente vinieron a llevárselo, James miró directamente a Rebeca. “¿Sabes qué es lo más irónico?”, dijo en voz baja. “contigo fue real. Al principio, al menos.” Rebeca sostuvo su mirada. “¿Eso que les dijiste a todas, verdad? Pregúntales”, respondió James señalando con la cabeza a las otras mujeres. Cada una fue un papel que interpreté contigo.
Olvidaba que estaba actuando a veces. “Adiós, James.” dijo Rebeca simplemente sin dejarse arrastrar a su juego final. “Espero que encuentres paz algún día.” La confusión en su rostro fue la última expresión que Rebeca vio antes de que los guardias se lo llevaran. No era la reacción que esperaba, no era el cierre que había imaginado, pero de alguna manera se sentía adecuado.
Tres meses después, Rebeca recibió una llamada de la detective Ramírez. Habían encontrado restos humanos en la ubicación que James había descrito cerca de Detroit. El análisis preliminar confirmaba que correspondían a Anna Collins, desaparecida 40 años atrás. Su familia finalmente podrá enterrarla. Adecuadamente, dijo Ramírez. Gracias a ustedes.

Rebeca colgó el teléfono y miró por la ventana de su nuevo apartamento en Chicago, donde se había mudado recientemente para estar más cerca de Susan Clire. La nieve caía suavemente sobre la ciudad, cubriendo todo con un manto blanco y pacífico. Su teléfono sonó nuevamente. Era un mensaje del grupo que habían formado las cinco mujeres, ahora ampliado para incluir a Emily, Patricia y Justin, las sobrevivientes que habían logrado contactar después de la confrontación con James.
“Cena esta noche para celebrar las noticias”, había escrito Clire. Rebeca sonrió y respondió afirmativamente. Luego regresó a su escritorio, donde trabajaba en su nuevo proyecto, una organización sin fines de lucro, dedicada a ayudar a víctimas de fraude emocional y financiero. La habían llamado Reconstrucción, un nombre que reflejaba perfectamente el proceso que todas ellas habían atravesado. El timbre de la puerta sonó.
Rebeca abrió para encontrar a David. El bibliotecario que había conocido dos meses atrás durante una presentación de su libro. Llevaba dos cafés y una sonrisa cálida. “Pensé que podrías necesitar esto mientras trabajas”, dijo ofreciéndole uno de los cafés.
Caramelo con leche de almendras, ¿verdad? Rebeca asintió, aceptando tanto el café como el beso breve que siguió. era un tentativo entre ellos, cauteloso por ambas partes. David conocía su historia, había leído su libro antes de reunir el valor para hablarle después de la presentación. Su paciencia, su respeto por sus límites había sido lo que finalmente permitió a Rebeca bajar la guardia.
“Buenas noticias”, preguntó él notando su expresión. “¿Encontraron a Ana?”, respondió Rebeca, la primera víctima de James. David asintió solemnemente. Eso es importante. Cierre para su familia y para nosotras también de alguna manera añadió Rebeca pensativa. Cada caso resuelto es una pieza más del rompecabezas que nos permite entender qué sucedió realmente no solo con James, sino con nosotras.
¿Cómo pudimos ser tan susceptibles? No fue culpa de ustedes, dijo David con firmeza. Un recordatorio que Rebeca todavía necesitaba escuchar ocasionalmente. Lo sé, intelectualmente lo sé. Rebeca se sentó en el sofá invitándolo a acompañarla. Pero hay días en que todavía me pregunto cómo no vi las señales. Eran tan obvias en retrospectiva.
Los depredadores como él son expertos en camuflaje, respondió David. Se adaptan perfectamente a lo que sus víctimas necesitan ver. Rebeca consideró sus palabras. Era cierto. James había sido un camaleón emocional presentando una versión diferente de sí mismo a cada mujer, estudiando cuidadosamente sus vulnerabilidades, sus deseos, sus necesidades y transformándose en el compañero ideal.
¿Sabes? Cuando visité a James en prisión, dijo algo sobre que conmigo había sido real.” Comentó Rebeca. Por un momento casi le creí y ahora Rebeca sonrió tristemente. Ahora entiendo que esa es precisamente su habilidad, hacerte dudar de tu propia percepción, incluso años después. Hacerte pensar que eras especial, diferente a las demás.

Pero tú eres especial”, dijo David tomando su mano. No por lo que él vio en ti, sino por lo que has construido desde entonces, por cómo has transformado tu dolor en algo que ayuda a otros. Rebeca apoyó su cabeza en el hombro de David, permitiéndose un momento de vulnerabilidad que habría sido impensable meses atrás.
Esa noche, en la cena con las otras mujeres, Rebeca observó los rostros alrededor de la mesa, Ctherine, con su nueva línea de cejas, que delataba el trabajo estético que se había permitido como parte de su propia reconstrucción. Clire, quien había dejado de teñirse el cabello y ahora lucía con orgullo sus canas prematuras. Susan, cuya risa finalmente llegaba a sus ojos.
Diane, quien había adoptado recientemente un perro rescatado, Emily, Patricia y Justine, cada una con sus propias cicatrices y victorias, todas ellas unidas por el hombre que había intentado destruirlas, pero más importante aún, unidas por su negativa a ser definidas por esa experiencia. Propongo un brindis”, dijo Rebeca levantando su copa.
“Por Ana y Margaret, que finalmente pueden descansar en paz, y por nosotras, que elegimos vivir en paz.” Las copas se elevaron al unísono y por él, añadió Catherine inesperadamente, “que vivirá y morirá solo, mientras nosotras encontramos familia las unas en las otras.” Rebeca miró alrededor de la mesa una vez más, sintiendo una oleada de gratitud.
por estas mujeres que habían pasado de ser extrañas, unidas por una tragedia compartida a convertirse en su sistema de apoyo más cercano, su familia elegida. Afuera, la nieve continuaba cayendo sobre Chicago, cubriendo la ciudad con un manto limpio y nuevo. Rebeca pensó en todas las capas que había dejado atrás, el miedo, la vergüenza, la desconfianza paralizante y en las nuevas que había construido fortaleza, discernimiento, capacidad para la alegría.
Incluso después del dolor más profundo, James había intentado escribir su historia, convertirla en un capítulo más de su retorcida narrativa, pero al final había sido ella, habían sido todas ellas quienes tomaron el control de la pluma y reescribieron el final, no como víctimas, no como sobrevivientes, sino como mujeres que habían reclamado sus vidas, sus verdades y su capacidad de conectar genuinamente. con otros.
Un mensaje llegó al teléfono de Rebeca. Era de la detective Ramírez. Caso de Margaret Holloway. Oficialmente reabierto. Equipo forense revisando el lugar mañana. Gracias por todo. Rebeca sonrió. Un capítulo más cerrado. Una historia más completa. Un paso más en el largo camino de la sanación colectiva. ¿Todo bien? Preguntó David, quien la había acompañado a la cena. Rebeca asintió guardando el teléfono.
Todo está exactamente como debe estar y por primera vez en mucho tiempo realmente lo creía.